Cuando se pierde la magia

De vez en cuando bajo a la cafetería a desayunar con mis compañeras de trabajo. El otro día, pensé que era el momento de darme un "homenaje" pidiendome un donuts de azúcar con un café con leche. Primera sorpresa: el susodicho donuts viene en una cajita de plástico transparente, muy higiénico, eso si. Al abrirlo, me lío a busar el azúcar del donuts. No está, se ha convertido en un ligero almíbar resbaloso que cubre el donuts. Pero... espra, espera... este donuts es un poco más pequeño, no??? Tal vez es mi impresión, pero lo veo más pequeño, y francamente, puestos a pecar mortalmente con la dieta, que se haga en condiciones, sin escatimar unas míseras calorías.

Dicen que es para mantener una higiene en la manipulación del donuts, cosa que veo perfecta. El problema es que mi momento pecaminoso se convirtió en sorpresa y en pena. Porque ya no es lo mismo, y a mí no me supo igual. Y echo de menos esos trozos de azúcar que recordaban las escamas de un pescado. Y el de chocolate también es para gritar: la cobertura es más blandita, ya no cruje el bombón, cosa que mi diablillo de Tasmania me comentó el otro día: mami, este donuts tiene el chocolate un poco malo, que se ha quedado blando.

En fin, que generalmente somos reacios a los cambios, y luego nos acostumbramos, pero, sinceramente, ir los domingos a la panadería por el desayuno ya no será lo mismo.