Bragas rojas, comer lentejas, comer las 12 uvas de la suerte (sin atragantarse, por favor), tener el pie derecho totalmente apoyado en el suelo, poner un anillo de oro en la copa, tener toda la casa límpia y reluciente... y una larga lista de las cosas que hay que hacer para que el año 2009 sea el mejor año de nuestras vidas. Que digo yo, que todo esto en la misma noche una se vuelve loca y termina tragándose el anillo y de los nervios, que pendiente de todo me he dejado las uvas en la cocina, y encima sólo he puesto diez en la bolsita... total, que mientras el Sobera y la Igartiburu explican que si el carrillón, que si los cuartos que si las uvas, que si San Pedro que baja bailando salsa, yo peleándome con los cuatro granos supervivientes en la cocina y cagándome en todo (es que cuando quiero puedo ser fina y sutil como la que más).
Al final, con mis doce uvas, escucho la explicación de los presentadores, que desean que toda España tenga trabajo y salud, y que seamos muy felices, cosa de agradecer, porque mira, no nos conocen y quieren cosas buenas para nosotros. Lo que me ha matado es que Sobera ha dicho que hay que pedir un deseo por uva, ostras, DOCE DESEOS, vamos, que el genio de la lámpara se queda en pelotas en comparación con las maravillosas uvas que nos zampamos. Pero a ver, qué me pido... tantos deseos, es que no sé... bueno, bueno, improvisaré en cada uva.
Baja el carrillón. Todos los de la mesa miran la tele sin pestañear, como si la vida les fuera en ello. Les miro y pienso que mi primer deseo podría ser que se cumplan los deseos de los demás. Pero... espera, espera, y si algún deseo de los allí presentes me putea?, aunque sea sin querer (y si alguien pide que House sea aniquilado por siempre jamás?).
Suenan los cuartos. Cojo la primera uva y pienso que mi primer deseo será que a nadie se le cumplan los deseos si me van a joder a mí... eso, así es más práctico.
Primera campanada: "Deseo que no se les cumplan los deseos a nadie"
Segunda campanada: "Deseo finalizar la dieta algún día"
Tercera campanada: "Salud para los míos"
Cuarta campanada: "Trabajo para mí, que esto de ser asalariada del Inem lo llevo algo mal"
Quinta campanada: "Poder tragarme la bola de uva, pepitas y pieles que tengo en la boca, que parezco un hamster"
Sexta campanada: "Mierda, esta uva estaba mala... argggg"
Séptima campanada: "Que se termine esto por Diossss"
Octava campanada: "moijgpaisg oihasñgouahsggh oaiehoiethpaoieth"
Novena campanada: "aksfgh ñpoaifdblksdfabdth psiub un poquito de agua me vendría bien"
Undécima campanada: "zdkfjg aopiebhjaopieeopikfokmsvd´posfjgvapoijg"
Decimosegunda campanada: "FELIZ AÑOOOOOOOO NUEVOOOOORRRGGG"
Tras tragar como se puede, llega el turno de los besos:
Muaks: el marido
Muaks: la niña
Muaks: papá y mamá (felicidades mamá, que es tu santo)
Muaks y remuaks por aquí y por allí... en un baile extraño alrededor de la mesa, para que todos sean besados y abrazados.
Me decido a ir a la smoking room para fumar un cigarro (vamos, que me voy a la cocina), y mientras fumo pienso en los propósitos para el nuevo año: me cuidaré más, seré más constante, estudiaré inglés, haré la dieta a rajatabla (lo juroooo!), iré al gimnasio... y otra larga lista de propósitos en la que no incluí hacer el pino puente porque una ha perdido bastante flexibilidad con los años y el sedentarismo.
¿Por qué nos proponemos cosas que ni el tiempo del que disponemos, ni el dinero nos lo permiten? Vale, también la pereza, que a veces no sales a caminar porque en la tele están echando la enésima repetición del Príncipe de Bel'Air y prefieres quedarte mientras te tapiñas una bolsa de ganchitos (adoro los ganchitos).
Es por eso, que este año me he hecho un único propósito: no proponerme cosas que sé que no puedo alcanzar. Así no me sentiré tan mal después...
Ah! y el año que viene, las uvas de bote, que vienen sin piel y sin pepitas. He escuchado en la radio que son uvas modificadas genéticamente para que no tengan huesos.
No, si al final la genética va a ser la responsable de mi mala suerte.
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